Por Pegaso
Era un chamaco flacucho, guerejo, dientón, de pelo lacio con corte de bacinica y más desafinado que Valentín Elizalde.
Gracias al programa “Siempre en Domingo”, se le conoció como “El Sol”, y desde entonces, su fama fue creciendo y creciendo como la espuma.
En momentos en que la sensación era el grupo Menudo, el joven Luis Miguel llegó a compartir con ellos el escenario en horario super estelar.
Luego creció, se internacionalizó y se olvidó del vejete Raúl Velasco, quien lo catapultó a la gloria cuando aún no sabía ni limpiarse el trasero.
Los años pasaron. Luismi hizo fama de casanova. Tuvo las mujeres que quiso. Les dio vuelta a todas las actricitas mexicanas, como La Chule, Estefany Salas, Lucero y Talhía, y no conforme con eso, se fue a Gringolandia donde también anduvo de pajuelo con cuanta correteable chamacona se le atravesaba, entre otras, Sofía Vergara, Madonna, Jeniffer López… ¡nomás le faltó la reina de Inglaterra al muy arrastrao!
Hoy por hoy, la vida loca empieza a cobrarle factura. No puedes correr todo el tiempo un coche a 200 kilómetros por hora sin que se empiece a aflojar la máquina.
Viendo las fotos actuales de “El Sol”, ya más bien me parece una bombilla de 60 whatts muy usada. Puro cachete y papada. Los dientes de peineta siguen siendo los mismos, pero ya se ve que la abundante cabellera empieza a retroceder en su cráneo.
Peinado al estilo de los chongos zamoranos, ya no es ni sombra de lo que solía ser. Las “patas de gallo” que muestra cuando se ríe, ya parecen de avestruz.
A sus cincuenta y tantos, sigue teniendo muchas fans. Fans que ya lo ven como un venerable abuelito, no como el sex simbol que era en la década de los ochenta y noventa.
Ahora, con las muchachonas con las que suele pasear en Las Vegas, Nueva York o Los Ángeles, más parece que son sus nietas y hasta uno se imagina que de repente le van a cambiar los pañales desechables, como a los viejitos de los asilos que ya traen problemas de incontinencia.
Sobre Luismi se han tejido muchas historias, algunas de ellas, harto tenebrosas. Que si su papá lo explotaba de chamaco, que si a su mamá la abandonaron y ahora vive en Argentina, en situación de calle, que si es un pobrecito ser humano que ha sufrido un chingo y por eso se tiene que rodear de bellas mujeres. Ya hasta le apodan “el chocolate de cura”, siempre rodeado de bizcochos, como dice “El Vítor”.
Para mí que han sobredimensionado su figura.
Hay quienes dicen que es el más grande artista vivo de México y lo llegan a comparar con el Juanga o con José José, pero no creo que su calidad histriónica le dé para tanto.
Quizás si se hubiera muerto joven, como los grandes, ahorita lo recordaríamos de una mejor manera.
Lo que pasa es que está más sano que un marrano y todavía le queda mucha cuerda. Mientras haya chamaconas que lo sigan por la fama y los billetes, tendremos Luismi para rato.
Quiérase o no, Luismi ha estado presente en la radio y la televisión por más de cuatro décadas, con éxitos como La Incondicional, La Chica del Bikini Azul, Cuando Calienta el Sol, Palabra de Honor, Uno más uno Dos Enamorados, Tengo Todo Excepto a Ti y Ahora te Puedes Marchar.
Como cantante, cantante, nunca ha sido bueno, pero de que se da su taco, ni hablar. Son las fans las que tienen la culpa, porque crearon un monstruo.
Nada qué ver con otras grandes figuras de la canción mexicana, que son, o fueron, muy humildes, como Pedro Infante o como José María Napoleón, además de que ellos sí tenían o tienen grandes voces y saben llegar al corazón de la gente.
Los dejo con esas reflexiones, y nos vamos con el refrán estilo Pegaso: “¡Arrójate dicha peonza a la lámina queratinosa dactilar!”. (¡Échate ese trompo a la uña!)